domingo, 28 de marzo de 2010

Volver

A menos de una semana para partir con rumbo a la ciudad que me vio crecer, la que ahora verá crecer a mis hijos, mi casa, mi cabeza y mis sentimientos son un puto desmadre.

Claro que una parte de mí me dice que es lo mejor, que estaremos bien, que nuestra familia se verá beneficiada con éste cambio, que pasaremos momentos de felicidad, que es mejor que los niños crezcan cerca de su familia cercana, que la economía, que la sociedad, etc, etc... Aún no termino de convencerme totalmente de que no me voy a arrepentir de dejar ésta ciudad, de la cual me enamoré hace tanto, de que no me quedaré con ganas de regresar a la vida que tuve estos años aquí, en la ciudad que todo pasa y a la vez no, que no extrañaré las largas caminatas con mis hijos y mi perro, que no extrañaré a la gente tan interesante que llegué a conocer, que no extrañaré nuestro depa inclinado y a mis vecinos, los cientos de lugares, conciertos, festivales, restaurantes, fiestas y eventos sociales a los que no podía ir o por falta de dinero o por falta de tiempo... Ay, a quién engaño, definitivamente lo haré.

Todavía no me voy y ya me siento melancólica con mi partida, pero supongo que así son los cambios y después estaré bien contenta en mi casa con mi familia, con el calorón seco de aquel rumbo, con las carnes asadas que seguro organizaré con los amigos, con los bajísimos precios de las escuelas, con la lana que nos ahorraremos de la renta, ah, si pos por eso nos regresamos, verdad? Ya no me preocupo más y mejor voy a disfrutar, total ya voy pa' allá.



Ésta es la foto del adiós que tomó mi amigo Do. Gracias nene, te voy a extrañar...