jueves, 25 de junio de 2009

Hola soy gay

Por más que intenté ser la mejor amiga de Marisol (No porque Marisol no quisiera ser mi amiga) Betsy lo impidió. Betsy era una niña dominante y muy persuasiva. Marisol me invitó a su cumpleaños, pero en la fiesta, Betsy se las ingenió para hacerme a un lado y terminé escondida en la cocina, jugando sola. Marisol obedecía ciegamente a las órdenes de Betsy y yo terminaba siempre hecha a menos. Así las cosas para cuando llegó Eric al salón, era el niño con más pecas que jamás había visto, su piel era blanca casi lechosa y con tantas pecas que parecía un licuado de guayaba y “guayabita” era su apodo. Me enamoré de él, quise casarme con él y tener hijos, pero él vio a Marisol y se enamoró de ella, quiso casarse y tener hijos con ella. Apenas cursábamos el segundo año de primaria, así que el matrimonio y los hijos, tuvieron que esperar. Mientras esperaba a crecer, me hice la mejor amiga de Eric, me contaba todo lo que sentía acerca de Marisol y yo pasaba mi amarga saliva con frutsi congelado. La experiencia me marcó. 
Como todos los años, para el día de la madre teníamos que hacer una manualidad, la maestra Lety pensó que un mantel a cuadros rojo y blanco bordado a mano haría que las mamás lloraran de alegría. Así que todos los días salíamos al patio una hora después del descanso a coser el dichoso mantel. Las niñas se sentaban juntas, lidereadas por Betsy; los niños también estaban sentados en grupo, no tan lejos, y yo, me mantenía cerca de ellas y de ellos, por indicaciones de la maestra, estaba en medio de los dos, ni con ellas, ni con ellos. Todos los días de costura fueron un tormento para mí, aunque en mi posición yo podía escuchar las conversaciones de ambos grupos, riéndome a veces de las bromas que se hacían entre ellos y ellas. Finalmente me di cuenta de que era más fácil tener una amistad con un niño que con una niña (Y es que algunas niñas nacemos con ese chip incrustado para ser manipuladoras y querer toda la atención para nosotras, creyendo merecerla). Cada vez me fui acercando más y más al grupo de los niños, al principio no me querían cerca, pero poco a poco, lanzaba un comentario en su platica, dándoles la razón y claro, después de unos días ya escogía yo el lugar para sentarnos. La maestra no dijo nada y me dejó quedarme con los niños. Con ellos pasé los siguientes años escolares. Nunca fui buena con las amistades femeninas, siempre me parecieron, muy femeninas, algún tiempo hasta llegué a pensar que era lesbiana, que por eso me gustaba estar con los hombres y que las mujeres tenían un atractivo para mí. ¡Pero, no! Que me doy cuenta de que me gustaba estar rodeada de hombres, sí, muchos y de todo tipo, sentirme cerca de ellos y escucharlos, saber lo que pasaba por su cabeza, era como estarme entrenando para el momento de encontrar a alguien con quien valiera la pena aplicar todo lo que había aprendido en mis años de convivencia masculina. Y quién diría, si que me sirvieron, ahora, puedo manipular a cualquier hombre que se ponga en mi camino, se perfectamente lo que quieren oír y saber de mí, solo basta escucharlos hablar un poco, ¡Hahaha! No, ¡claro que no! a duras penas puedo manipularme a mí misma. 

No sé si me he topado con mujeres extrañas o si “así somos todas”, pero por alguna un otra razón terminé por convertirme en lo que vulgarmente se llama ahora: una jotera. El 90% de mis amistades, así carnales, son gays, en ellos encontré la dosis exacta de feromonas y testosterona que necesito en alguien para que sea mi amigo. Son buenos para escuchar en las pláticas y para contar indiscreciones sin que se avergüencen, puedo andar en paños menores frente a ellos sin que les importe, puedo salir con ellos a bailar (casi siempre son buenos bailarines) sin que mi esposo se ponga celoso (porque siempre terminamos en lugares gay y así ni quién me eche el ojo), me ayudan con el outfit, son como mis guías de la moda, son cariñosos con mi hijo y con mi perro, bajo ninguna circunstancia me pueden bajar al marido, jugamos cartas como señoras copetonas y suelen ser muy sensibles ante la estética de todo, el arte, la música, el cine y terminan sabiendo siempre a donde ir, qué películas ver, qué música vale la pena escuchar, etc. Algunas veces, mis lindos amigos me preguntan cosas que me hacen reír mucho como: ¿Pero, a ver, el clítoris es como un hueso?, ¿Tiene venas?, ¿Y las tetas, porque les gustan tanto a los hombres?, ¿Tú entiendes por qué, a algunas mujeres, les gustan las mujeres?… 

Y bueno, entre Eric, Marisol y yo, no tuvimos hijos juntos, ni siquiera una gran amistad, a veces me pregunto que hubiera sido si Marisol fuera mi mejor amiga. Probablemente estaríamos llorando en la despedida de soltera de la otra, escogiendo un ajuar o llevando a los niños al mismo colegio. 


lunes, 15 de junio de 2009

Provinciana

La primera vez que pisé el suelo defeño o por lo menos la primera vez que recuerdo, fue en una excursión universitaria, en cuarto semestre, los maestros de serigrafía quisieron traernos, para enseñarnos el arte en su mayor expresión nacional (pa que los que no teníamos talento, nos diéramos cuenta). Todos estábamos eufóricos con la idea el viaje, sabíamos que esos maestros no eran de los que se ponen fresas; nos dejarían beber alcohol, fumar y gritar en el camino o lo que se nos ocurriera a la bola de adolescentes que éramos.   Así fue todo el camino hacia la metrópoli prometida. Llegamos a las cinco de la mañana, yo estaba despierta (no quería que el tipo que me gustaba entonces, me viera con la baba escurriendo de la boca abierta), vi en la entrada a la ciudad un resplandor que iluminaba el cielo, como si amaneciera, vi las fábricas como las dibujaba cuando era niña: grises construcciones cuadradas con humo en la chimenea. Me dejó boquiabierta el monstruo al que llegaba, un gigantesco nacimiento en la noche,  lucecitas de colores que se perdían en el horizonte. 
Tardamos un buen rato en llegar hasta nuestro hotel. Llegué cansada por el viaje y medio cruda, pero con muchas ganas de conocer “la capital” de la que tanto había escuchado. Nos acomodaron de cuatro en cada habitación, al poco rato salimos todos bañados y listos para pasear; el dinero en los calcetines, sin cartera, una ID y  todos los prejuicios en la cabeza. Nos llevaron en metro, desde las escaleras de entrada tuve miedo: gente con mucha prisa, bolsas, portafolios, lociones y sudor, vendedores de mp3 con bocinas dentro de una mochila y así y así, entre risas bobas y como pudimos, nos metimos entre la multitud del vagón, cuando nos dimos cuenta dos de nuestros compañeros no entraron y se quedaron en la estación, mi mejor amigo Do y Marianita. “Ay no, pobrecitos, seguro los asaltan, los violan o les hacen algo feo” pensé. Los maestros nerviosísimos, no paraban de hablar entre ellos: que si nos regresábamos todos, que si uno iba, que si los papás... Total, que nos bajamos en la siguiente estación y nos quedamos con la maestra “Kenny” (igualita a la de los eléctricos) y el profe gay se fue a buscar a mis dos compañeros; todos estábamos asustadísimos, al poco rato llegó el gay con los dos alumnos que reían nerviosamente, suspiré de tranquilidad. 
Al fin llegamos a Bellas Artes,  vimos la obra expuesta y salimos todos lampareados (al menos yo) nunca lo imaginé tan monumental e impresionante. Nos tomamos fotos afuera y nos fuimos a otro museo y a otro y a otro, terminé con hambre y dolor de cabeza y sin guardar registro en ella de los lugares, ni las obras que siguieron a bellas artes. Caminamos tanto y entre tanta gente, acostumbrada a dos metros a la redonda libres de gente al andar por la calle, aquí rozaban mis hombros cada cinco segundos, ¡Qué multitud! ¿A dónde van? ¿Qué pasa? El ruido era increíble: el de los tacos, los celulares, la farmacia, la librería, las computadoras, el policía de tránsito, el vendedor de cigarros, de DVDs, los coches, bueno, hasta la señora que pedía limosna, gritaba. 
Nos llevaron a comer a un mercado (presupuesto estudiantil). Pero ahora sí, íbamos casi agarrados de las manos como niños de kinder para no perdernos. Probé por primera vez un pambazo de frijol y un huarache de costilla, los dos con una dudosa apariencia azul que despertó sospechas entre nosotros, pero ¡Qué cosa más rica! todos comimos hasta quedar con la panza llena y el corazón contento. Llegamos como a las siete al hotel, muertos de cansancio, mas eso no impidió que escapáramos a dar una vuelta en la ciudad de noche, aunque algo temerosos, sin saber a dónde ir, ni como llegar a ninguna parte, nos fuimos a dar un rol (sin permiso, claro) salimos y vimos otra vez las luces por todos lados, la gente seguía caminando por las calles, los coches como si fueran las tres de la tarde, nos pusimos contentos al ver tanto movimiento y tomamos el primer taxi que pasó, le preguntamos al chofer ¿Dónde se pone bien? y nos llevó a una cantina en el centro, una esquina cerca de la catedral con puerta de dos hojas, de esas de madera que se regresan solas y que nomás tapan una tercera parte.  “El nivel”, nos dieron cacahuates, frituras y bebimos varias cervezas frías. Pasamos dos horas ahí, salimos y tomamos otro taxi, le hicimos la misma pregunta que al anterior, nos llevó algunas cuadras a otra cantina, pero como mis amigos y yo traíamos la “onda electrónica”, pues no fue lo que esperábamos y nos fuimos al hotel, pasamos antes por unas cervezas a una tienda y oh, sorpresa… ¡nos las dieron al precio! En nuestro humilde pueblo, si no compras tu alcohol antes de las diez de la noche, lo tienes que ir a buscar a lugares clandestinos, pagar el doble y arriesgarte a que te metan al bote. Tomamos nuestras chelas y se unieron más compañeros con más chelas, se armó la fiesta y al poco rato se acabó. 
Al siguiente día, podíamos ir a dónde quisiéramos, obvio, después de visitar los museos que nos faltaban (terminé odiando los museos por un rato). Mis amigos y yo decidimos entrar a una sex shop por la que pasamos, ya éramos mayores de edad y podíamos hacer lo que diera la gana, ¿no? Subimos unas tenebrosas escaleras y llegamos a un lugar muy iluminado con secciones de películas, juguetes, disfraces, muñecos inflables y cabinas, todo era como de primer mundo, no sabía a donde voltear, la gente que estaba ahí, lucía normal, no parecían salidos del psiquiátrico, no, todos actuaban como si estuvieran haciendo el súper, muy quitados de la pena.  A mí, que cargaba la mochila de la doble moral, me pareció extraña la naturalidad con la que actuaban. Hicimos lo mismo, pregunté para qué servían algunas cosas y me sonrojé con la respuesta, diciendo con tono cantadito: “Ahhhhh, gracias”.  Más tarde los maestros nos llevaron por petición nuestra a Coyoacán, no queríamos irnos sin conocer a los jipis de la ciudad y entre tamborcitos, rastas, pulseras de colores, mujeres de ropas ligeras, hombres con el torso desnudo, pantalones mugrosos y bailando, me dieron unas ganas de quedarme a vivir y bueno, era una jovenzuela de dieciocho. Al final del día regresamos, dormí muy bien, soñando con la capirucha, me quedé enamorada del monstruo, de su continuo movimiento, de sus ruidos, sus olores, de su gente abierta, de lo abrumador de su belleza, tanto, tanto, que prometí regresar.


miércoles, 3 de junio de 2009

Consejo

El día que cumplí quince años, además de aconsejarme que me depilara las axilas y las piernas [pues ya parece que tienes pelusita, dijo], mi hermano mayor me dio el que según él creía, era el mejor consejo que podía darme, me dijo que no tuviera sexo con nadie si no estaba segura de que me quería y yo a él. Pero yo sentía deseos de estar con el primero que se me pusiera enfrente y me gustara, pero como decía mi papá, si veía una escoba con pantalón, se me hacía muy guapo, yo recordaba las sabias palabras de mi hermano y me aguantaba las ganas. Peor, que desde niña fui muy precoz y con la hormona tan alborotada, ni dormir podía. Yo que siempre fui buena hermana, tomé aquel consejo como verdad absoluta y presumía con mis amigas y amigos de aquella virginidad impuesta por mí, no por mis padres o la iglesia o nadie, solo yo podría decidir cuando entregaría el preciado fruto al hombre que fuera digno de comerlo. (Ajá.) Pues el hombre merecedor del fruto nomás no llegaba, pasé toda la prepa escuchando las historias que contaban mis amigas y yo, que no tenía nada que contar sólo abría los ojos y me ponía colorada, claro, me daba besitos con el que me gustara, algún agarrón de teta o nalga, pero de ahí no pasaba. 

Llegué a la mayoría de edad y nada, ¿pos dónde estaba el hombre que me querría y que yo amaría tanto como para darle todo y con todo? Ni sus luces. Seguí con mi autoproclamada regla hasta la universidad cuando conocí a uno que yo pensé que merecía eso y mucho más, que era perfecto para mí, pero oh, desilusión, él ya tenía una linda chica con la que llevaba toda la prepa de noviazgo, lo bueno era que la linda chica no estaba en la misma escuela que nosotros y yo lo tenía en mi salón, así que todos los días podía hacer mi luchita y chance se lo bajaba a la linda chica. Pero no, él resultó ser de lo más patán y quería ponerle los cuernos a su amada conmigo, “pero nada serio” decía el muy gañán. Yo enamorada hasta las uñas de los pies, aceptaba lo que él quería dar, o sea, sobras. 
Aunque sabía que él no me amaba de ninguna forma, yo estaba dispuesta a darle lo que había guardado por taaaaantos años y cuando tocamos el tema, el me dijo que no, que no podía hacerlo, que sus principios, que el embarazo, etc, etc, pero si yo quería podíamos “fajar”… ¡Que, queeeeeeé! Ay no, lo que me faltaba, justo cuando creía que ya me iba a tocar… ¡Nada de nada! 

El amor se me acabó con el paso del tiempo y con los malos tratos que el gañán me daba. Pero si no estoy tan gacha, ¿de plano no hay nadie que quiera conmigo y que yo quiera con él?, ya no importa si me quiere o si lo quiero, nomás que nos gustemos lo suficiente, pensaba yo, el consejo de mi hermano se había vuelto una broma para mí. Conocí a tipos que yo les gustaba, pero siempre eran o muy chaparros, o muy gordos, o muy flacos, o con dientes feos, o con mal aliento, o con mucha autoestima, etc, etc. Tal vez era yo la que estaba mal. Tenía que ser perfecto. 
Encontré a otro perfecto que resultó ser igual de imperfecto que el primero y que al final de “nuestra relación” si se puede llamar así, me di cuenta de que no era para mí. Ni mi fruto para él. Ash. También intenté darselo, no crean que no, pero me salió lo diríamos popularmente: enclosetado.

“Ya basta, ahora sí, el próximo fin de semana que salga con mis amigos y amigas, me iré con el primero que me guste y yo a él, ya tengo veintiún años. No quiero morir virgen y con el ritmo de vida que llevo, no creo que pase de los veinticinco. Me he decidido”