Llegué como a eso de las diez y media de la mañana, después de mucho pensarlo me decidí a pasar por su casa para verlo desde hace sabe cuanto tiempo.
Una cartulina con letras góticas anuncia en su puerta que vende mary kay y que solicita "mujeres con muchas ganas de trabajar".
Tomo una bocanada de aire, bajo de mi coche y como mi hija duerme en su silla, decido dejarla ahí mientras saludo rápido y regreso por ella con él.
Entre un montón de mugres empolvadas tiene varios cuadros que yo pinté siendo niña, los exhibe en su pared con marco dorado y gran orgullo, así se lo dice a la chica que está sentada junto a él. Lo saludo como si nada hubiera pasado, como si lo hubiera visto hace poco: "Hola papá". Le regalo un beso.
Su piel está más arrugada que la última vez que lo vi, su pelo más canoso, sus ojos más hundidos y apagados. Le pregunto si está ocupado porque traigo a mi hija en el coche para que la conozca, responde que sí, que esta ocupado y mejor otro día.
Abro así de grandes los ojos, como si no creyera lo que mis oídos escuchan, le pregunto otra vez lo mismo y contesta igual. Suspiro y le deseo que tenga un lindo día, agradece la visita, pero yo ya voy de salida, no volteo y salgo lo más pronto posible de ahí. Me trepo al coche, mi hija sigue durmiendo y arranco.
El sabor que siempre queda en mi lengua cuando lo veo aparece y se queda un buen rato, los ojos me traicionan, como siempre. Pero algo me dice que no volverá a pasar, que fue lo peor que pudo hacer en ese momento y que no tengo porqué buscarlo si a él no le interesa tener una relación conmigo o mis hijos.
Le digo a mi hija dormida que no lo necesitamos, como queriendo reafirmarlo en mi cabeza. Aunque sé bien que no es así. Te necesitaba papá.