martes, 31 de marzo de 2009

Fin

Salimos con tiempo para llegar a la hora, el tráfico insoportable, el sol arde y tenemos que llevar a oci con los amigos que amablemente se ofrecieron a cuidarlo mientras no estamos, lo llevamos con todo y casa para que no se sienta triste y nos extrañe menos, lo bueno es que ellos tienen otras dos perras y seguro se harán buenos amigos. 
Nuestro hijo cabecea por el dramamine, oci, que no está acostumbrado a viajar en coche, babea mi brazo, mis piernas, mi blusa, mis zapatos, está nervioso y quiere tirarse por la ventana, no lo dejo y lo abrazo, a medio camino se le ocurre que es buen momento para vomitar las croquetas, no alcanzo a sacar la bolsa y vomita en mis piernas, M ve lo que le pasa y le hace un cariño en la cabeza, el conductor grita y yo tengo ganas de vomitar, recojo las croquetas de mis piernas y las pongo en la bolsa que debí poner a tiempo en su hocico. A me da kleenex para que me limpie, aunque no son suficientes, limpio mis piernas y el asiento lo mejor que puedo, me siento mareada, M se ha dormido y oci está más tranquilo, aunque sigue babeando mi ropa como si fuera una llave descompuesta.  Llegamos después de hora y media a dejar a oci, lo dejo con gusto y nos vamos a nuestro destino. 
Curvas y más curvas, el coche huele a vómito de perro y yo que me mareo si me subo a un escalón, no puedo tomar dramamine, se me baja la presión, se me sube, sudor frío, mis manos están blancas y supongo que el resto de mi cuerpo igual. Llegamos al hotel, nos dan la habitación y justo en el camino donde están los jardines muy arreglados, vomito el pastel de rajas que comimos en la tarde, cincuenta pasos más y llegaba a la habitación. 
¿Está bien la señora? Pregunta el bellboy, A le echa ojos de ¿Qué no estás viendo que está echando la guácara, pendejo? 
Nos instalamos y doy de cenar a M que trae toda la pila cargada, pues se echó su jetita todo el camino, yo solo quiero bañarme y quitarme el olor a vómito que debo emanar. 
A, se ha ido a lo de su trabajo y M y yo nos metemos a bañar, cenamos fruta y leche, dormimos profundamente hasta otro día. 

Amaneció, desayunamos y a la media hora estábamos en el agua, parecía que estaba en su ambiente natural, todo le sorprendía y llenaba de curiosidad, tocaba los insectos muertos que flotaban en el agua, a los que llamaba "bocho", golpeaba con sus manitas el agua que salpicaba su cara y la mía, reía a carcajadas cuando el agua que caía de un pequeño tubo tocaba su cara, lo saqué algunas veces para ponerle más protector solar y darle agua o jugo, comimos una fruta nos asoleamos felices, M parecía disfrutar tanto del agua, que al mismo tiempo que chapoteaba, gritaba: ¡agua! ¡agua! Nunca olvidaré su carita de felicidad.  


Llegó la hora de su siesta y cayó rendido, durmió por tres horas, fuimos a comer a un mercado, en el que probé la cosa más asquerodeliciosa que he comido, una gordita frita como inflada rellena de chicharrón en salsa, con queso y crema, lo sé, suena asqueroso, peor, que el que la servía era un gordo enorme, que no podía dejar de ver mientras me comía mi gordita (Seguro que eso come todos los días, pensé). Compramos frutas y pelotas, nos fuimos al centro en un taxi y caminamos un rato, M jugó con su pelota con otros niños hasta que me dio mucho calor y regresamos a la alberca del hotel. Otra vez esa carita feliz. 

Los días siguientes lo mismo más o menos, igual de felices los dos, ya que A, tenía que estar en su congreso, se perdió de disfrutar esos días, ni modo, trabajo es trabajo. Qué feliz me hizo ver a M así. Regresamos por oci el domino en la noche y regresó deprimido, se enamoró de una de las perritas con las que se quedó, ahora solo quiere dormir y no come. ¡Ay el amor!

viernes, 20 de marzo de 2009

¿Otra vez?

Oh Dios, con tantas cosas qué hacer (limpiar y cuidar del perro enfermo; limpiar, jugar, alimentar, pasear, bañar, vestir varias veces al día al bebé, etc.), no me percaté de que tenía un blog en el que hay que escribir para que no se vea viejo y obsoleto. 
Pero es que cuando "una" está preñada, como que te cansas más. Y así es como estoy ahora, así que traigo una hueva, que parecen dos. Además de los siempre mal valorados ascos matutinos y vómitos repentinos ante el mínimo olor desagradable (Ya imaginarán lo que pasa cuando estoy limpiando la caca de oci que tiene una diarrea marca diablo y de limpiar las nalguitas de mi hijo llenas de mierdita de papaya y una gran variedad de frutas y vegetales digeridos), tengo tanto sueño que cuando mi hijo se duerme, como a las ocho y media, lo único que pasa por mi cabeza es ponerla en mi almohadita y mi cuerpecito metido entre las sábanas, olvidando que tengo un marido que espera que me ponga cariñosa y tengamos una "noche de pasión", jojo. 
Ay, pobre de él, lo que le espera. [Cariño: haré lo posible por no ser un fastidio como las embarazadas solemos ser. No es una promesa, pero lo intentaré.]  
Obviamente no les pondré fotos de mi avance en el embarazo, no quiero que llegue alguien a decirme lo gorda que me veo o algo parecido. Ya, si me ven, pueden decírmelo en persona. No, mejor no me digan, no sean gachos.



sábado, 7 de marzo de 2009

martes, 3 de marzo de 2009

VTP

En las últimas vacaciones pude darme cuenta de que jamás volverán a ser las que solían ser, no después de tener un hijo, no señor, nunca serán las de antes:

El destino no importaba, siempre y cuando se apegara a nuestro presupuesto, en la que predominaban los destinos para hippiositos o "mugriteros", como dice mi esposo. Salíamos a la hora planeada y sin ningún contratiempo. 
En cuanto llegábamos al destino en cuestión, buscábamos la tiendita más cercana para llenar nuestra hielera de caguamas, clamatos, hielos, limones y cocos. Buscábamos una cabaña o un lugar para poner nuestra diminuta casa de campaña para dormir bajo las estrellas y lo más cercano posible al mar. Pasábamos horas y horas jugando cartas, platicando, viendo el mar, caguameando y fumando marihuana, acostados en la arena o en una hamaca. Cuando nos daba hambre, nomás caminábamos unos metros pa' llegar a la palapa donde nos servían deliciosos manjares marinos, preparados por la mujer de la casa con tortillas hechas a mano y salsa de mocajete. 
Entrábamos al mar cuando se nos antojaba, a que nos revolcaran las olas, a veces, nadando desnudos, "chacualeando" hasta que nos dolían las piernas y luego a descansar toda la tarde o dar un paseo corto por la orilla del mar, recogiendo piedritas, conchas de mar, basura, bueno, cualquier cosa que se nos ocurriera; algunas veces jugábamos con los niños nativos de la región. En las noches, nuestra diaria sesión de sexo desenfrenado con cuerpos sudados y calientes.

Y así, así y quinientos pesos. Eso era entonces. El ahora, parece ser el terror de cualquier familia, así que si quieren cambiar sus vidas de hedonismo a una vida de servicio, no crean que los invito a tomar los votos sacerdotales, les invito a tener un hijo e intentar vacacionar:

Primero buscar un destino que se ajuste a nuestro aún más corto presupuesto, ahora buscar un sitio con un ambiente más familiar, con menos drogas y más vendedores ambulantes. Una vez teniendo el sitio, a planear los horarios de salida, ir a la farmacia para prepararnos con protectores solares de bebé de protección mil contra los rayos UV, un bye bye mosquito, pañales para agua, crocks (tan indispensables que se perdió uno a los veinte minutos de tocar la playa y que el resto de las vacaciones no hicieron falta, el que quedó, ahora es mordedera de oci), ir al costco para comprar una casa de campaña y sleeping tamaño familiar, pa' que el bebé duerma a sus anchas, trajes de baño para toda la familia y panes de croassant (esta bien, esos no eran para la playa, pero se me antojaron). 
Ahora si, todo listo, maletas y los jugos necesarios para que nuestro hijo tenga su dotación diaria de azúcar. 

La salida, atrasada dos horas. La autopista no llegaba tan cerca del destino como hubieramos querido. Otra vez el dramamine nos permitió avanzar considerablemente sin hacer pausas por 3 horas,  después a buscar un lugar donde comer todos, saludable, higiénico... Nunca lo encontramos, así que una vez persignados y apelando al buen estado de nuestro sistema inmune, le entramos a unos pollos al carbón a orilla de carretera con la fosa séptica a un metro de la mesa y la lechuga serenada de medio día. 

Ya con harto sudor y sintiendo la brisa del mar, no cabíamos de optimismo acerca de nuestro destino. El internet nos jugó chueco y caímos en el engaño; en la página del sitio todo era un sueño, al hospedarte cooperas para la salvación de la tortuga lora y de carey, bien. Amplias cabañas cercanas al mar, área para campismo con servicios generales, bien. Cuando llegamos nos topamos con unas tinas llenas de tortugas enfermas, pues las saludables ya se habían ido, un cuarto de cemento como de azotea, pero en el patio trasero de la casa, una porción de 6 x 4m. al frente para acampar cercada con malla, ni qué decir de la decepcionante comida que pudimos cenar la primera noche. 
Al otro día nada de caguamas, drogas, clamatos, hamacas, cartas, descanso, tortillas a mano ni salsa de molcajete, nada de andar nadando en el mar por horas o caminar recogiendo 'cositas de mar', y por las noches caíamos tan cansados que lo único en lo que pensábamos era en dormir bien y en qué comería mañana el bebé. 
Y todo lo anterior se debe a que nuestro precioso hijo ha llegado a nuestras vidas y ha cambiado todo, lo ha cambiado tanto que ahora comprendo para qué se inventaron los VTP's, que se volverán mis preferidos de hoy en adelante. Porque quiero que mi hijo disfrute y nosotros también. ¡Vivan los VTP's!

Olvidé mencionar que no cambio estas vacaciones por ningunas de las que tuve y menos con esta vista: