AHORA SÍ, LA CONTINUACIÓN... larguísima, por cierto.
Como ya saben, me metieron en la gran secu federal Ramón López Velarde, de la cual yo había escuchado que eran taaaaan de barrio y taaaaan de cholos, que ya llevaban dos o tres muertitos por navajazo, cosa que me aterrorizó y me puso la piel chinita.
El primer día me dí cuenta de que el 100% de la población estudiantil era de tez morena (esperen, esperen, no empiecen con que soy clasista o algo hasta que terminen de leer, incluso, me gusta mas la gente morena que la blanca) y yo la única, la recién llegada, la fresa, que venía de la escuela de moda, la que fumaba, la mimada, la güera (ni que fuera rubia como barbie), la que se creía la muy muy, decían.
Pues ahí fue la primera vez que me encontré discriminada por el color de mi piel. Todas las mujeres de dicha secu me odiaban con todo lo que podían odiar. Los hombres, me tiraban la onda y ellas, más se ardían. Pero no me causaba conflicto gustarles, no, el conflicto era que tanto odio de parte de las féminas se reflejaba en que no tenía amigas y sí muchas, muchas, enemigas. Pero gracias a que no tenía amigos, dediqué mi tiempo a estudiar y poner atención en clases y se reflejó en el 9 que saqué en el primer examen.
Era tímida, dejé de fumar (sólo en la escuela) y no hablaba con casi nadie. Si acaso algún valiente o nerd que se animaba de vez en cuando, alguien que a ellas no les importara.
Como siempre he sido más alta que la media, pues me metieron a la selección de básquet, y ahí sí... podían aventarme, pegarme, jalarme el pelo, rasguñarme, darme balonazos, en fin, lo que se les ocurriera a las entonces vistas por mi, como las peores personas que había conocido. Un día se le ocurrió a la cholamayor (la más mala de todas) que estaría padre que justo cuando se terminara el recreo, me quitaran la falda del uniforme y me dejaran encerrada en el baño. Pues bien, sus compinches ejecutaron el plan con gran maestría: llegaron seis de ellas, me sometieron y tiraron al suelo, me agarraban entre todas, no paraban de reír, yo gritaba y nadie me escuchaba. Quedé en el suelo, en calzones, y pusieron algo afuera de la puerta del baño para que no pudiera salir, como si yo quisiera salir del baño sin falda. Bah. Estuve más de dos horas encerrada en el baño, pensado en qué podía hacer para que nadie me viera e irme a mi casa a llorar. No encontré solución alguna y me subí al lavabo, asomé mi cabeza por la ventana para ver si alguien pasaba y que me pudiera ayudar. Así fue, pasó el prefecto y le grité, me dijo: 'Por qué no estás en clases, te voy a meter un reporte' Yo le expliqué lo que había pasado y fue en busca de mi falda y resultó que nadie la tenía, yo esperaba en el baño, esperé otra hora hasta la llegada de mi falda. Me la puse y salí con la cara roja de la vergüenza que sentía. No puedo describir la felicidad que sentí cuando me enteré de que las suspendieron a toooodas. Malditas.
Pero ¿qué podía hacer? todas contra mi, ni modo de revelarme. No, aguanté así un par de meses, solo agachaba la cabeza y hacía como si nada hubiera pasado.
Pero un día, jugando básquet, que me avienta la cholamayor; me hago a un lado y lo dejo pasar, vuelve a empujarme y caigo al suelo de culo, 'ahora sí, ¡maldita! ya sacaste boleto', con el corazón latiendo fuertísimo. Me levanto, la empujo y ella cae al suelo igual que yo, se levanta la cholamayor con los ojos desorbitados y dice: ¡Te veo a la salida cabrona!
Reflexiono acerca de lo que acaba de ocurrir y me doy cuenta de que la cagué bien cabrón. Pedí permiso en la dirección para poder irme más temprano, pero no creyeron el pretexto que inventé y regresé a mi salón, deseando que nunca llegara la hora de la salida. Pero llegó, me fui por donde salían sólo los maestros, pero oh sorpresa, estaban ahí, las siete esperándome con cadenas, sentí que era el momento de mi muerte. Pensé en mis opciones para salir con vida y lo único que salió de mi boca fue: 'Yo no me voy a rebajar a su nivel' (jajajajá, ¿en qué estaba pensando?), se dejan venir todas hacia mi y yo solo me agacho, me hago bolita y cubro la cara (pa que no me disfiguren, ¿edá?) con la mochila, siento que me dan golpes en la espalda, me patean, me jalan el pelo, me rasguñan, 'espero que se cansen pronto, pienso', pero no se cansan, siguen, la cholamayor me agarra del pelo y me arrastra un poco, [lo único que quiero es que me suelten, que me dejen ir a mi casa a llorar], suelto un golpe con el puño y los ojos cerrados hacia mi atacante, dejo de sentir los golpes y levanto la cara, la veo, tapándose la cara y escurriendo de sangre, corro lo más fuerte que puedo y me voy de ahí, me grita a lo lejos: ¡Mañana, te traigo a mi hermana!. Yo solo corro y corro, salgo con vida y tomo un taxi, aunque no traigo dinero para pagarlo.
Llegué al siguiente día y escuché que tenía la mitad de la cara morada, la nariz hinchada y parte de los ojos, ni si quiera me atreví a mirarla. Me fui a casa sin ningún problema, nunca llegó la hermana mayor, ni nadie.
Jamás alguien volvió a tocarme, me gané el respeto de todos al quebrar la nariz de la cholamayor. Algún tiempo después hasta me convertí en la cholagüera. Nos hicimos medio amigas, pero no tanto como para olvidar lo ocurrido. No volví a reprobar una materia en mi vida, eso sí. Aprendí la lección, otra vez: ¡Gracias papás!